Ah ah ah, puedo fácilmente decir y hablar de nikka, pero no de la que en silencio se ha puesto ese nombre. O Mielina, o el que fuere de los seres que me habitan, de las caras que me presentan al mundo, de mis formas de estar en estas tierras.
Una es la suma de esas formas de estar, pero no es solamente eso.
Una es su cuerpo en los tránsitos de la vida. Bah, YO soy MI cuerpo en los tránsitos que el tiempo me permita desgranar –a santo de qué andarle esquivando a mi primer nombre.
Yo soy nikka, una especie baqueteda que no es Nikka, es otra, y que se ha codeado y ha devorado a Alexandria y a Kara y a Nela y aún todavía se lleva a las patadas con Mielina, sin llevarse a las patadas, es decir, la evita y la aleja del mundo de los adultos, y se la entrega con moño en la frente, envueltita en papel de regalo, a los que traspasan los muros del recinto mundano, es decir: las paredes del aula, no del aula-aula, sino ese límite invisible pero que se siente en el cuerpo, cuando uno está bajo el manto cejialzado de una mirada que abre la puerta. ¿Qué puerta? Y qué sé yo, simplemente la presencia de algo que cede como goznes, de algo que gira en sí mismo para que el cuerpo circule y la mirada se agrande, que eso es, cosa más cosa menos, una puerta. Porque Mielina puede abrir la puerta para ir a jugar bajo la luz tutelar de sus he(te)r(oni)ma(s)nas, pero lejos de la mugre excrementicia de las LETRAS CAPITALES. En esos momentos, Mielina encarna las más altas aspiraciones del sueño, no es ya la prostituta del autoengaño, sino la donosa mujercita que anuncia otra forma de decir, otra forma de reír, otra forma jocosa de llamar al respeto. Aaaaahhhhh ... nada de ello ha de perdurar, se lo llevan ellos, y en ellos se transforma en otra cosa más, y se incorpora a la corriente del mundo.
Pero permanece la luz.
Odio la luz del mediodía, la que quema todo intento de encontrar matices.
La luz que permanece es como la de las estrellas más lejanas en una noche de campo. Es como las luciérnagas. Solamente un titilante indicio de que hay algo más, de que quizá sea cierto (váyase a saber qué), de que vale la pena levantar la mirada hacia lo oscuro de la noche y dibujar las propias constelaciones, ponerle el nombre de los propios dioses y predecir los cataclismos que le sobrevendrán al género humano.
Y seguir alzando esa pequeña luz, una suerte de tea ardiendo en el entrecejo.
Cuando soy Mielina entre los suyos, la brujita Nela le aviva la mirada, y convierte mi/nuestro cuerpo en el motor de torbellinos maremóticos, los hace reír, nos burlamos del miedo a no saber, del miedo a no ser queridos, y de los hijos de puta que les/nos enseñaron a temer.
Cuando soy Mielina entre los suyos/míos/nuestros, dejo entrever todas las otras que soy, todas las noches que me avalan frente a la página blanca, frente al silencio sonoro, y descubrimos que es posible.
Es hermoso ser la que no tenía que ser, estar donde no se espera que esté alguien como yo. Es hermosa la incertidumbre, porque abre alas en los ojos del que se sorprende.
Esto no va a durar, no va a ser para siempre, lo sé. Lo que no sé, lo que jamás voy a saber, es cuál habrá de ser el derrotero de esa luz pequeña y persistente. Jamás sabré cuales sus frutos cuál su tiempo de cosecha.
Lo único que sé, lo único que me habilita, es que cada vez que soy Mielina entre los suyos/míos/nuestros/todosnosotros, mi sangre más profunda me dice que el mundo se ha vuelto mi casa.
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