Saturday, June 27, 2009

Soy un arma

Abbi sobrevive agazapada a la sombra luminosa de la infancia. Se esconde de los golpes, de los olores del sudor alcohólico, de las caricias como manotazo de ahogado que no respetan su cuerpo blanco y tibio, necesariamente negado como el de toda belleza que amenaza los confines de la moralidad. Juega sola en tenue canturreo. Abbi, la decoradora de muertos, la recreadora del sentido, la reconstructora.

Nikka, que lo ha visto todo desde la terraza desesperada de la infancia, todavía busca los vestigios de esa promesa dorada que no fue y se abre camino en la noche amarilla del neón, en sus bordes, a puro puño cortante y entrecejo hundido, y desespera en su afán por atraparlo, cuando la promesa no puede más que morir si es enfrascada, y la promesa muerta no es más que recuerdo y ausencia. Nikka, la guerrera aguda, la parca cirujana, la guardiana reptil, de cara al frío que amenaza el verano de los fondos abbisales. Su fiel pretoriana.

Nela camina los Caducos Bosques donde la infancia encontró refugio, donde se fue haciendo mujer callada y aprendiendo la relación entre las cosas y los seres que mutan, aprendiendo del peso de aquellos Bosques Perennes helados proyectados sobre el mullido manto de hojas eternamente renovándose. Aprendiendo, aprendiendo, hasta deconstruir su poder heredado para abrirse al poder del nacimiento, armado entre todos. Nela, la bruja de pueblo, la reina descastada, la maestra paria sin ascendente ni lugar, la que erigió las paredes de esa casa donde la sombra de los Bosques Perennes jamás entrará, la que ve lo nunca visto y no sabe cómo dejarlo de llamar.

Kara, la silenciosa señora de las agujas que con ojos negros de toda negrura es la noche avocada a los estudios sapienciales, para darlos vuelta como a media por zurcir; la toda ojos, ella, la toda silencio y paciencia infinita para adentrarse donde duela y rondar a las otras niñas nocturnas en sus desvelos inasibles. Kara omnisciente, sobrevolando el dolor.

Mielina, la innombrable entregada a la mirada ajena, la sucia mujercita de la mundanidad convenida, la que se adentra en los espacios normados y hace belleza de su mugre citadina, la que se entrega al deseo otro, se sacrifica al deseo otro, se golpea, con el simple afán de entregarle alguna vez compañero a la niñita escondida. Mielina, te lavo los pies junto al mar, pequeña Judas sacrificada a la desgloria divina. Amén.

Alexandria, la voz sabia que instaura el orden precario de los que se saben que volverán a florecer, la que administra el dolor y la desmesura, la memoria que dice a Nikka que la belleza está en lo que vive, la que dice a Mielina que descanse de otredades, la que escucha a Kara recitar enmiendas, la que convoca a Nela a curar los mundos. La que canta bajito para que Abbi deje de temerle al encuentro.

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