Sunday, November 23, 2008

La promesa.

La promesa es un lugar.

En este lugar hay casas chiquitas.

Blancas, cuadradas, casitas a la cal, al sol, con herrería negra. Son como dados, llenas de ventanas desiguales traídas de las demoliciones.

Las casas están en ronda. En el centro hay un gran anfiteatro de piedra. Debajo de las gradas se guardan instrumentos musicales, utilería y cajas de madera ranuradas para usar en la época de las votaciones.

Entre este lugar y la ruta hay varios kilómetros de tierra sembrada. En la colina detrás del bosque hay molinos, desde los que brota el cableado que llega a las casas.

Frente al anfiteatro está el único edificio de varias plantas. A través de las ventanas inferiores se ven monitores encendidos. En la terraza hay una gran corola que acusa al cielo.

Detrás del edificio hay galpones con máquinas enormes. Sobre las paredes hay estanterías con piezas de metal de las más variadas formas, y trapos manchados y frascos. También dos vehículos desarmados.

Las casas que se encuentran en el límite con el campo tienen pequeñas parcelas cercadas llenas de animales. En el extremo norte se yerguen cuatro cilindros grandes con puntas enconadas. Algunos vehículos de carga están estacionados al costado.

El viento no es muy fuerte, pero es continuo. Desde las terrazas de las casas se pueden ver las hierbas ondulando, y desde sus cuartos se pueden oír los árboles.

También se podrían sentir pasos y ruidos de la calle, y en la calle los sonidos a metal, agua y loza viniendo de las cocinas. Los olores, como el de la ropa mojada recién colgada a secar, y los de esta lluvia que se avecina.

Pero hay algo más.

En este lugar que es la promesa hay algo más: no hay cuartos oscuros donde se patee a los niños de nadie para que todo sea posible.

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