Sunday, July 5, 2009

Señora de la nueva tierra

La mujer arrastra la espada por los pastizales y deja un rastro de hierbas partidas. Se cansa de jugar, limpia su espada con la misma mano con la que sostiene la funda. Y esconde su filo.

La mujer con espada suspira, y nada más diferente a los suspiros de las damas en espera. Su suspiro es el hálito del mundo y las alitas de la vida.

Mira a su alrededor. Están ellas y está la niña. Todas trabajando en sus tareas fantásticas de creación del universo. Especialmente la niña: encarna la promesa que debe ser atesorada, cuidada y brindada solamente a los ojos que saben ver sus nacimientos, soportan la fuerza de su entrega y comprenden el sacrificio que hace falta para que el milagro continue.

La mujer con espada mira a lo lejos. Ve a los extranjeros traspasando los límites de su tierra. Apoya la mano en la empuñadura, pero no se altera. Sabe que los motivos son muchos. Sabe que tendrá que seleccionar con paciencia. Y sabe que en ese tránsito aprenderá más que cualquiera de esos hombres temerosos de probar su valía con otros hombres.

Se pregunta por qué le tienen tanto miedo a la nueva tierra. Por qué no saben que conquistar una tierra no es depredarla. Que una buena tierra ha de ser cuidada, porque otros la codician y porque si es verdaderamente buena, nunca dejará de parir mundos. Nunca dejará de estar llena. Siempre será el hogar, la vuelta a casa.

Ellos, pequeños depredadores temerosos del apego. Ellos ni se acercan a una tierra que para ser conquistada exige cuidado, tiempo y profunda entrega.

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